Espero curarme de tí (Jaime Sabines)

 hombre solo

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «que calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se te hizo de noche»…Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero».)

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

THE END – Fragmento (The doors)

 

This is the end, beautiful friend
This is the end, my only friend,
it hurts to set you free
but you’ll never follow me
The end
of laughter and soft lies,
The end
of nights we tried to die
This is the end.

(Ultima estrofa de la canción «The End» interpretada por «The Doors», escrita y cantada por Jim Morrison)

Poema 8 – Espantapájaros (Oliverio Girondo)

girondoYo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia… de un egoísmo… de una falta de tacto…

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

El testamento (John Donne)

John-DonneAntes que exhale mi último suspiro, deja, Amor,
que revele mi legado. Es mi voluntad legar
a Argos mis ojos, si mis ojos pueden ver.
Si están ciegos, Amor, a ti te los entrego;
A la Fama doy mi lengua; a embajadores, mis oídos;
a mujeres, o a la mar, mis lágrimas.
Tú, Amor, me has enseñado
al hacerme amar a aquella que a veinte más tenía,
que a nadie debía dar, sino a quien tenía demasiado.

Mi constancia entrego a los planetas;
mi verdad, a quienes viven en la Corte;
mi ingenuidad y franqueza
a los jesuitas; a los bufones, mi ensimismamiento;
mi silencio, a quien haya estado fuera;
mi dinero, al capuchino.
Tú, Amor, me has enseñado, al instarme a amar
allí donde amor no es recibido,
a dar sólo a quienes tienen incapacidad probada.

Mi fe entrego a los católicos;
mis buenas obras, todas, a los cismáticos
de Amsterdam; mis mejores modales,
mi cortesía, a la universidad;
mi modestia doy al soldado raso.
Compartan los jugadores mi paciencia.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme amar
a aquella que dispar mi amor entiende,
a dar sólo a quienes tienen por indignos mis regalos.

Sea mi reputación para aquellos que fueron
mis amigos; mi industria, para mis enemigos.
A los escolásticos hago entrega de mis dudas;
de mi enfermedad, a los médicos, o al exceso;
a la naturaleza de todo lo que en rima tengo escrito,
y para mi acompañante sea mi ingenio.
Tú, Amor, cuando adorar me hiciste a aquella
que antes este amor en mí engendrara,
a hacer como si diera, me enseñaste, cuando restituyo
sólo.

A aquel por quien doblan las campanas,
mi libro doy de medicina; mis pergaminos
de consejos morales sean para el manicomio;
mis medallas de bronce, para quienes tienen
escasez de pan; a quienes viajan entre
todo tipo de extranjeros doy mi lengua inglesa.
Tú, Amor, al hacer que amara a quien
considera su amistad justa porción
para jóvenes amantes, haces mis dones desproporcionados.

Así, pues, no daré más, sino que el mundo
destruiré al morir, pues el amor muere también.
Tu hermosura, toda, menos entonces valdrá
de lo que el oro en la mina, sin que haya quien lo extraiga
y de menos tus encantos, todos, te servirán,
de lo que puede un reloj de sol dentro de una tumba.
Tú, Amor, me has enseñado, al hacerme
amar a aquella que a ti y a mí desdeña,
a ingeniar esta manera de aniquilar a los tres.

No es nada de tu cuerpo (Jaime Sabines)

abrazo3

No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca tu boca
que es igual que tu sexo,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada ¿qué es una mirada?
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.